(Dedicado a la tita Clara, por si pasa por aquí...)
Pues esta historia empezó hará cosa de cuatro semanas, cuando mi tele empezó a hacer cosas extrañas. Se le iba la voz, como cuando estabas escuchando música y se le acababan las pilas al walkman, y en vez de tu cantante favorito parecía que cantaba la niña del exorcista. Pues esa distorsión del sonido, pero a ratos, lo que puede parecer una tontería pero resulta bastante molesto cuando llevas un rato soportándolo.
En fin, que mi tele empezó a hacer cosas raras y yo decidí esperarme a ver si se le pasaba, aunque con pocas esperanzas, para que lo voy a negar... porque estos problemas técnicos rara vez van a mejor y suelen ir a peor, la mayoría de las veces.
Así que tras una semana esperando a ver si a mi tele se le pasaba la tontería, decidí que necesitaba una tele nueva, y ahí es donde empezó a complicárseme la vida.
Durante una semana estuve mirando por internet a ver que tele podía comprarme, mirando las especificaciones técnicas para ver cuanto miden en realidad en centímetros las teles de treinta y dos y cuarenta pulgadas, midiendo mi salón (que en verdad es una salita, aunque si he de ser sincera es más bien una habitación con un sofá...) y después de darle varias vueltas decidí que lo ideal para mí era una televisión de treinta y dos pulgadas.
Y así se lo comuniqué al jefe, para que pidiera la tele a uno de nuestros proveedores, pero el jefe hay veces que yo hablo y él escucha llover, así que desde el lunes en el que tomé la decisión de que necesitaba una tele, hasta el viernes, el pobre no encontró el momento de encargarla...
Y el viernes, por fin, el jefe ante la amenaza de pedirla por mi cuenta, llamó por teléfono a preguntar el precio de la tele que yo me quería comprar; me lo enseñó en un papel, yo asentí dando mi consentimiento, y entonces él preguntó cuanto costaba la misma pero en cuarenta pulgadas y sin más, decidió que era esa la que yo necesitaba en realidad.
Así que el lunes (no este lunes, sino el pasado) llegó una tele de cuarenta pulgadas, que valía más de lo que yo había pensado gastarme y que además, era demasiado grande.
Y mis temores se materializaron cuando saqué el soporte de la caja (la tele sigue dentro) y comprobé que: o mi mesa para la tele era muy pequeña, o el soporte demasiado grande, pero el caso es que sobraba soporte o faltaba mesa, así que asumí que tendría que comprar una nueva.
Ay! si ahí se hubiesen acabado mis problemas... El martes después del trabajo, nos fuimos mi hermana y yo a buscar una mesita para la televisión, armadas con una cinta métrica para evitar sorpresas, y tras dar varias vueltas, encontramos una mesa que podía servir para la emergencia; pero no quedaban en stock, y la de muestra no quisieron vendérnosla, y me dijeron que el viernes (no ese viernes, sino el siguiente, me dirían si podían traérmela)
Aprovecho para recordar, que mientras todo esto pasaba mi tele seguía haciendo cosas extrañas, y empezaba a ponerme nerviosa ver mis series favoritas.
Así que decidimos seguir buscando, pero, no había manera, no había mesas para teles cerca.
Encontramos una mesita que podía ser reconvertida, y aunque no era la solución ideal (entre lo que costaba la mesa y los arreglos se me iba un pelín de presupuesto), como la chica de la tienda de muebles me aseguró que la tendría para el viernes (pasado), y yo empezaba a estar harta de buscar una mesa que no encontraba, accedí al trato.
Pero estamos a miércoles y aunque he llamado a la tienda de muebles, la chica lo único que me ha dicho es que en cuanto la tenga me avisa para que pase a recogerla; y yo veo la tele acojonada (porque me da miedo que si me despisto salga la niña del exorcista y me ataque), y tengo una tele nueva en la entrada de casa dentro de una caja.
Con lo fácil que hubiera sido todo con una tele más pequeña...
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